viernes, 5 de octubre de 2012

Sobre finales felices, que con suerte, no terminan.

En los momentos de alegría, hay tiempo que no es tiempo, hay aire que es helio y un mundo aparte en el que nos regimos.

No es fácil recordar cómo se llegó a ese momento, ni puntualmente cómo lograr repetirlo, pero sí es cierto que ahí estuvo, y ahí está, en nuestro corazón.

No es difícil tener un momento así, sólo poco usual, y a veces es lo difícil de estos momentos, cuando ya no están ni podemos tenerlos, que pensamos en cómo añoramos por uno.

Un beso de una persona, una caricia, un aroma, saber que estás yendo hacia un lugar en la noche que te hará sentir distinto, que hará esta noche diferente.

Y es la frialdad actual, de estar solo en la cama, o molesto en un trabajo, estancado en la vida que nos hace gritar encerrados en un frasco, seguros de que el aire se nos va a acabar y que nadie escucha fuera del encierro, nadie mira hacia uno, a nadie le importa.

Si la soledad terminará por matarme y la tristeza será mi verdugo, entonces quiero recordar lo bueno, saber qué cosas fueron mi vida y qué momentos un relleno de tiempo, un corte comercial.

Pues si he de morir, quiero morir de alegría, de alegría de lo que tuvo mi vida, aún si es por falta de aire, que la última bocanada exhalada sea de sastifacción, y no un reflejo de sollozo, que mi última expresión sea de alegría y no de tristeza, que mi última lágrima sea de euforia, y no de desgarro.

Es que esos momentos en mi vida, por los que ansío cada noche en la que no estoy vivo, o en cada día que es gris, son mi vida, y es paradójico que sea tu vida la responsable de tu muerte.

Es una trampa de la verdadera tristeza, el convertir las alegrías más profundas en motivos de llanto de desesperanza, y porque no quiero que mis momentos de real vida sean mi veneno, yo elijo recordarlos con amor.

La melancolía de ya no vivirlos estará de todas formas, así que ¿por qué los querría recordar con tristeza?
Muchas veces, con este truco de la verdadera tristeza, perdemos estos motivos de vida y los convertimos en los motivos de nuestra muerte.

Pero más que llorar porque el sol se fué, tendrás un momento más a recordar cuando duermas si te sientas a ver las estrellas.

Más que llorar por un amor perdido, debieras alegrarte de haber probado el amor.

Porque lo bueno que pasó, es prueba de que estás vivo, y el que ya no esté no te hace un muerto andante, de hecho, hace posible que se avecine otro momento de vida.

Así que si el aire en tu prisión de vidrio se acaba, y ya mucho has consumido por agitarte en llanto, sugiero, pues a todos nos pasa, que tu último respiro sea calmo, que sea el mejor respiro que puedas tener, que recuerdes tus amores y amistades y pienses en las mil formas que morirías por ellos, pues ellos te han dado una vida para entregar.

Y quizá, si sientes que nadie te mira, sus corazones te recuerden en ese último momento de vida que tenés para amar.

Y te miren, y rompan ese vidrio, para encontrar a alguien que han amado, querido, vivo o muerto, pero con una sonrisa que les recuerde a ellos, pobres seres igual de frágiles que vos, que existió alguien que les amó, hasta el último respiro.

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And baby says?