martes, 13 de noviembre de 2012

Extracto del tercer cuaderno azul


El tiempo no existe en los recuerdos, lo que es paradójico de decir, ya que estos últimos se ubican en el pasado.
El amor en el pasado, bah, mejor dicho; El amor siempre me rompió, empañó mi alma de vidrio opaco, también la hizo transparente, pero por sobre todo astilló el cristal. Hizo que estalle en peligrosas y filosas partes diminutas.
Hizo tajos en todo mi cuerpo, ató mis manos, me confió su ira hasta vencer mis piernas y me forzó a caer de rodillas sobre el vidrio astillado que acorazaba mi emoción.
Sentí mi apoyo húmedo y un sabor extraño en la boca mientras mi pecho cedía ante el puñal, mas la sangre brotaba de mis rodillas.
Hay algo hermoso en esas heridas. No puedo hacer el enfoque en eso realmente, pero ahí está, de a poco, una sangre que tiñe de a poco, como si mi cuerpo fuera una fuente y yo un adorno, una estatua.
Una estatua que ya no es de piedra ni siente mediante vidrio.
Una estatua que ya no es estatua y es amante, un vidrio destruído que libera la esencia que contenía, carne de humano y aroma a emociones.
Emociones que certifican la vida del amante, que surgen tras toda esa violencia, tras romperme y dejarme agotado, vencido, cortado, ensangrentado y tullido.
De ese dolor sale un grito con la sonrisa más genuina.
Es cuando siento esa cercanía a la vida y el dolor no es como lo describen que, con lágrimas en los ojos y un grito ahogado me suelto y sólo grito:
"Aleluya"