jueves, 21 de marzo de 2019

Sobre juegos, tiempos y espirales

Hay una cancioncita que profesa que la vida es un sueño. Esta canción dista de inventar algo nuevo ya que el budismo plantea algo similar.

Lo curioso es que en la vida nos volvemos a encontrar en situaciones similares, como si para entretenernos nuestro inconsciente nos fuera preparando caminitos, senderos que nos llevan a lugares o personas. Cuando soñamos entiendo que sucede algo parecido, nuestro cerebro genera realidad al mismo tiempo que la percibe.

En una parte de crecer viene lo nuevo, recuerdo mis primeros pasos fuera de la niñez, la llegada de algún viernes prometedor de verano que me encontraba sin tareas y una cena familiar acotada, donde mi mamá y yo pulseábamos entre el entretenimiento de una película o las noticias, ella sin entender como podía yo vivir en Hollywood ni yo entendiendo como hace para querer enterarse.

Rara vez un viernes era malo, entre más avanzaba el día, más volumen tenía. Ni bien llegaba a casa de la secundaria seguro estaba escuchando el tema de The Cure mas unos cuantos que tenía guardados, chateando y arreglando con quienes nos veríamos luego y sintiendo una aceleración hermosa de pasar unas 24 horas fuera de la lupa de mis padres.

Éstas cenas tenían dos elementos especiales que gritaban "viernes", la pizza y la coca.
En ese entonces la gloria de comer era irrepetible, en esta vida bebo un vaso de coca por mes con suerte (sin contar la que hago Fernet) mientras que en aquella pasaba cada porción con un trago helado de la caramelosa bebida. Era para mi suerte contar con un cuerpo joven a arruinar.

La alegría de haber comido ese manjar que se daba una vez a la semana me dejaba listo para ir a la casa del amigo que le tocase. Como si hubiera hecho la previa y me fuese al boliche, pero todo con gente con la que compartías.

La casa ajena con nosotros solos era el motivo para sobrevivir la semana, todo allí se permitía y no necesitábamos más que alguna película, quizá internet y nuestra compañía para ser felices, aún cuando dejaron de aceptarme jugar con muñecos y nos rotábamos un rato del Messenger para cada uno hablar con la chica que le gustaba (suponiendo que ella no salía o hiciese lo mismo con sus amigas).

Todo ese tiempo pensaba en lo increíblemente alegre que sería mi vida cuando viviese solo, podría hacer eso cuanto guste y sin pedir permiso. Y lo hice, pero con más cerveza que coca.

A unos diecisiete años de esto, no puedo parar de pensar como he buscado repetir las acciones, la situación en busca de esa aceleración que sentía en el pecho cuando caminaba las cuadras hasta lo de Agus o el bondi hasta lo de Juli y saber que estaba libre, que podía hacer la cuadra corriendo o caminando, que podía ir cantando, pensando en que me había sentado al lado de la que me gustaba en clase, que nos reiríamos de alguna película elegida en el videoclub y la citaríamos toda la semana.

A unos diecisiete años de esto, con toda posibilidad de repetirlo cuando guste, me doy cuenta de que no lo puedo tener.

No lo puedo tener si no restauro la pureza que tenían mi alma y corazón. No lo puedo tener si junto los ingredientes pero no sé cocinarlos, no hay magia solo por seguir instrucciones.

Creo que el buscar estas situaciones desde lo "físico" sin habilitar mis canales emocionales han hecho que crea que ese amor, ese sentir hermoso de libertad y la alegría de ver a quienes amo, se hayan vuelto una foto que ya no se mueve.

Y ha sido duro y mucho me ha costado, pues es un motorcito que te llevaba a diferentes lados, ahora quieto y oxidado.

Pero no hay muerte aún.

Algunos de esos campos se han hecho pueblos y la pureza de algunos árboles se ha reducido a leña, pero esto es un cambio, no es el fin.

Es un cambio que se anuncia necesario en el alma de quien cree que se ha vuelto una foto sepia y un alma vieja que no sale del invierno.
Es como si las estaciones crecieran en duración con nosotros, como si me recordaran de un secreto que aprendí hace mucho y olvidé hace menos, como si hubiera perdido mi fuego y de pronto entendido que lo había dejado en un lugar solo para volver a buscarlo y estar allí.

Ese calor que fué tan bueno que aún sintiéndolo muerto, lo busco estando yo seco y sepia, con la fe del converso que ha visto la luz tras haberla perdido, pues ahora solo la perdí nuevamente, pero no significa que la luz no esté, solo que debo buscarla.

Los años que nos dejan rígidos nos obligan a buscar el agua fresca del amor que supimos encontrar, nos gritan "Levántate a estar vivo, o quédate en la lona como un infeliz" con el entendimiento de que perdimos la costumbre de hacer magia, pero siempre es nuestra a recobrar.

Y se empieza a (re)entender que la nostalgia no es añorar algo que no puede ser más, sino un pedido desde nuestro amor de que hagamos magia una vez más, que el calor de lo bueno brota desde el pecho y se contagia en el mundo que creíamos gris.

Que cuando te acuerdas de manifestar ese deseo de bienestar, el corazón arranca.

Que pudo haber sido una larga semana, pero pronto será viernes.

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