domingo, 6 de abril de 2014

Cuando no pude dormir bien.



Un tiempo atrás no conciliaba el sueño, no entendía bien por qué, pero sencillamente no pasaba, agotaba mi cuerpo, pero mi mente usaba lo mínimo que tuviese en disposición para seguir despierta y aún así hacerme saber que mi apetito no estaba saciado (mejor dicho, que SU apetito no estaba saciado).

Me permití indagar en el conocimiento al que apunta mucha gente, un reto intelectual para calmar también mi mente y si bien nunca fuí una persona enteramente inteligente, sentí que importaba bastantes datos hacia mi cerebro.

Aún era un testigo de las noches y de cómo sucedían. Nada podía darle peso a mis párpados y allí sucedió lo peor.

Todo el sueño que buscaba volvió intensamente, al punto donde sólo podía dejar a mi persona descuidada y dormir en el lecho que fuese, sencillamente escapar a lo que sucedía con cada amanecer.


Fué tras dormir hasta el cansancio que el sol me suspiró al oído que saldría cada día, aún con lluvia o nieve y nunca podría detenerlo, siempre me regalaría un día nuevo.

Allí supe que ni mi cuerpo ni mi mente debían estar satisfechos, sino mi corazón.

En mi pecho estaba el verdadero líder a cansar cada día, un día sin sentir era un día dormido, que por necesidad del cuerpo, debía dormirlo, pero nunca vivirlo.

Amé darme cuenta del desperdicio de sol que hice en ese momento, pues sería aquello que no debía permitirme jamás.

La aventura espera en cada rayo de sol y no debe pasársenos, hoy quiero vivir y sentir, pero más que nada, necesito llegar a otro, pueso ya soy una hermosa compañía para mí, pero no creceré sin estímulo.

Hoy suelto mis paredes, o empiezo a derribarlas, para recordar que sólo la aventura satisface a éste corazón.

Que sólo viviendo puede uno merecer el descanso.